En el siglo XX realmente empezó
la lucha por las mujeres por formar parte de un mundo al que hasta entonces protagonizaba el papel de segundona, a veces como precioso objeto decorativo y sexual en las manos de la fuerza bruta, y otras como madre de familia cuyo cometido era traer al mundo a los hijos del protagonista en un papel secundario de sumisión. Aquellas que lograron alzar un poco sus cabezas y reclamar su papel principal, fueron tildadas en muchas ocasiones de malvadas o marimachos, y muy pocas salieron bien paradas. Escritoras y artistas tenían que esconderse detrás de seudónimos masculinos para que su obra saliese a la luz. No decir de que detrás de muchos grandes hombres se ocultaban grandes mujeres, pero de muchas de ellas no se supo el nombre, despareciendo de un anonimato desmerecido. Las mujeres empezaron a reclamar ser parte
activa en un mundo solo de hombres y emprendimos
el difícil y espinoso camino de hacernos
oír y sentir. La historia solo contada por los hombres y protagonizada por ellos empezó a tocar a su fin, pero después de recorrer un
largo trecho de al menos 100 años nos queda todavía un buen trayecto para
conseguir un papel equiparable en
igualdad y derechos, sin cortapisas ni discriminaciones.
Pero nuestra revolución no es solo en un
mundo liderado por hombres, sino es la revolución contra un enemigo quizás a
veces mayor, nuestras propias mentes. Nuestra programación negativa. el lastre de ese papel segundón en las hazañas de los hombres, la sumisión y el conformismo heredado
cultural y socialmente nos acechan,
creando barreras y desconfianzas mayores de las que hay realmente.
Mujeres inteligentes que no creen en ellas
mismas ni en sus capacidades. Hasta que
no rompamos esas barreras negativas de desconfianza en nosotras mismas, no
podremos avanzar. Quitarse los miedos y
hacernos conscientes de que somos lo suficientes buenas será el gran paso que
todavía muchas mujeres deberemos tomar para por fin compartir el liderazgo que
nos ha sido negado durante siglos.