Conocer Madrid en los trazos de su historía, en un atravesar de calles cotidianas de un tiempo inquieto y cambiante, en ese Madrid tan amado y contado por Galdos en sus escritos, en los bullicios de los cafés donde se cocía la revolución y los ideales, esta es mi intención, y espero que os guste.
La Fontana de Oro es la primera novela de Benito
Pérez Galdós, publicada en 1880. La acción transcurre en la ciudad de Madrid durante los años del Trienio Constitucional (1820 — 1823). Toma su título del café situado cerca de la Puerta del Sol que, con ese mismo nombre, sirvió de lugar de reunión a artistas y tribuna oratoria para políticos liberales.
Café La Fontana de Madrid |
Pérez Galdós, publicada en 1880. La acción transcurre en la ciudad de Madrid durante los años del Trienio Constitucional (1820 — 1823). Toma su título del café situado cerca de la Puerta del Sol que, con ese mismo nombre, sirvió de lugar de reunión a artistas y tribuna oratoria para políticos liberales.
La trama narra dos escenarios en el que Galdos
desenreda la pasión patriótica junto a la pasión amorosa entre Lázaro, joven
romántico y liberal, y Clara, huérfana en casa de un tio de ideología absolutista
y carácter intransigente. ¡Pero que mejor que leerlo uno mismo!
Cafe La Fontana en su bullicio de artistas y políticos. |
Avivó Clara el paso y llegó a la calle de Alcalá. Miró a derecha e
izquierda, sin saber qué camino tomar.
Subió hacia la Puerta del Sol;
pero no había llegado a San José cuando vio
que por la calle abajo
venía gente, muchísima gente: ella no había
visto nunca tanta gente reunida. La calle le parecía tan grande que no conocía
distancia alguna a que referirla, pues para ella las casas hacían horizonte, y
aquella gente que venía se le representaba como un mar agitado sordamente, y
avanzando, avanzando como si quisiera tragarla. Sin deliberar, volvió atrás y
bajó hacia el Prado. El gentío bajaba también: sordo rumor resonaba en la
calle. La muchedumbre traía algunas luces, y de vez en cuando una voz pronunciaba
muy alto un ¡Ji¡Ja, contestándole otra
tremenda y múltiple voz. La gente bajaba, y Clara bajaba delante. Aquello le
dio mas miedo que los borrachos; pero cuando se encaró con la Cibeles, cuando
vio aquella gran figura blanca en un carro tirado por dos monstruos blancos, se
detuvo aterrada. Había visto alguna vez la Cibeles; pero la oscuridad de la
noche, la soledad y el estado de excitación y dolencia en que se encontraba su
espíritu hacían que todos los objetos fueran para ella objetos de temor, todos con
extrañas y fantásticas formas.
Los
leones de mármol le parecía que iban corriendo con velocísima carrera,
galopando sin moverse de allí. La pobre miró atrás, y vio
Paseo del Pado y plaza de Cibeles |
que la gente avanzaba siempre, haciendo más
ruido: no quiso ver más aquello, y tomando hacia la derecha entró en el Prado.
Este sitio le pareció tan grande que creía
no llegar nunca al fin. Jamás había visto una llanura igual, campo de tristeza, de
ilimitada extensión; los árboles de derecha e izquierda se le antojaban
fantasmas negros que estaban allí con los brazos abiertos; brazos enormes con
manos horribles de largos y retorcidos dedos.
Anduvo mucho, hasta que al fin
vio delante de sí una cosa blanca, una como
figura de hombre, de un hombre muy alto, y sobre todo, muy blanco. Se fue
acercando poco a poco, porque aquella figura se le representaba marchando con pasos
enormes. Era el Neptuno de la fuente, que en medio de la oscuridad proyectada
por los árboles se le figuraba otro fantasma. La infeliz tenía muy extraviados los
sentidos a causa del terrible trastorno de su espíritu.
Torció a la derecha, por evitar que llegara hasta ella aquel figurón blanco, y encontró enfrente la Carrera de San Jerónimo. Empezó a subir; pero estaba tan fatigada que la pendiente de la calle le parecía inaccesible. Subió, pero con mucha lentitud, porque apenas podía andar; en la parte correspondiente a los italianos creía ella ver la cumbre de una montaña; y cuando medía con la vista aquella eminencia pensaba que en toda la noche no iba a llegar arriba.
La Cibeles y sus leones |
Neptuno del paseo del Prado |
Torció a la derecha, por evitar que llegara hasta ella aquel figurón blanco, y encontró enfrente la Carrera de San Jerónimo. Empezó a subir; pero estaba tan fatigada que la pendiente de la calle le parecía inaccesible. Subió, pero con mucha lentitud, porque apenas podía andar; en la parte correspondiente a los italianos creía ella ver la cumbre de una montaña; y cuando medía con la vista aquella eminencia pensaba que en toda la noche no iba a llegar arriba.
No pudo avanzar más y se sentó en el hueco de
una puerta. Sentía
gran postración en todos sus miembros, y,
además, un frío intenso, que, creciendo por grados, llegó a producirle una
convulsión dolorosa.
Arropose lo mejor que pudo, y pensó en el medio de volver a la casa
para esperar a Lázaro en la puerta. Entonces
le ocurrió súbitamente la idea de dirigirse a casa de Pascuala. Ella recordaba
muy bien el nombre de la calle donde
vivía el tabernero con quien la criada se había casado. Sabía que la taberna
estaba en la calle del Humilladero; pero ¿cómo iba a la tal calle? Resolvió
preguntar a algún transeúnte, y si daba con la casa allí pasaría la noche, aplazando todo
lo demás para el siguiente día. Segura estaba de que Pascuala la
recibiría con los brazos abiertos.
Pero
¿dónde estaba
la
calle? Instintivamente oró a la Virgen, pidiéndole que estuviera cerca de la calle del Humilladero. Pero la Virgen no la oyó, porque la
calle estaba muy lejos. Resuelta a preguntar, se levantó; vio venir a un hombre, pero no se
atrevió a detenerle; pasó otro, alguno más, y Clara
no preguntó a ninguno. Tenía miedo de aproximarse a ellos. Por último, se acercó una
mujer, la joven la detuvo y, respetuosamente, le hizo su pregunta.
calle del Humilladero de Madrid |
-¿La calle del Humilladero? -dijo la mujer, que era una vieja arrugada
y con voz gangosa.
-Si, señora.
-¿Le parece a usted que está bien detener a las personas honradas
de este modo? -contestó la vieja muy
incomodada- Ya sé lo que quieren estas bribonas cuando detienen
a una; que no van
sino a
meterle la mano en los bolsillos cuando está una más descuidada contestando.
Váyase noramala la muy piojosa, y si
no, llamo a un alguacil.Fuentes: Del libro "La Fontana de Oro" del Benito Prez Galdós.
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